TRASTORNOS EMOCIONALES Y
CONDUCTUALES
1.
CONSIDERACIONES
GENERALES
Los denominados trastornos emocionales y de conducta no son
simplemente un problema de comportamiento inadecuado o indeseable, sino más
bien un problema de interacción y transacción entre el individuo y el ambiente.
Hoy
por hoy, no existe base científica para creer que la causa de dichos trastornos
esté en determinados factores desencadenantes. La conducta y el contexto social
son, en sí mismo, los problemas. Las cusas que los pueden provocar o
desencadenar son los pensamientos, sentimiento o percepciones erróneas del
sujeto.
A los niños y jóvenes con desórdenes emocionales y/o del
comportamiento les resulta difícil
jugar, hacer amigos y aprender. No tienen facilidad para entablar
relaciones. El problema más obvio es su fracaso en establecer lazos emocionales
con otras personas. Estos niños rara vez gozan de la simpatía de sus
compañeros, hermanos e, incluso de sus padres y, lo que es peor, también ellos
sienten rechazo hacia ellos mismos. Frecuentemente su conducta retraída o
agresiva es un grave obstáculo para su integración personal y social, por lo
que forman un grupo susceptible de recibir educación especial.
1.1.
Definición
Aunque los expertos han hecho todo lo posible para lograr
un consenso, no existe ninguna definición unánime de los trastornos de la
conducta. Este hecho dificulta la identificación fiable de los alumnos con este
tipo de trastornos, con lo cual un problema con el que nos encontraremos es
que, aunque algunas definiciones puedan parecer teóricamente correctas, no
resultan aplicables en la práctica.
Entre
las razones que explican la ausencia de una definición consensuada de los
trastornos de la conducta figuran:
·
La falta de definiciones
precisas acerca de lo que se considera el comportamiento normal y la salud
mental.
·
La existencia de diferentes
teorías sobre este tipo de trastornos y el uso de una terminología muy variada.
·
Las dificultades presentes en
la medición de la conducta y las emociones.
·
La relación entre los
desórdenes emocionales-conductuales y otras discapacidades. Los problemas de
conducta aparecen asociados, muchas veces, a otras discapacidades (retraso
mental, problemas de aprendizaje), lo que hace difícil saber qué problema es la
causa del otro.
·
Las diferencias en los puntos
de vista de los profesionales que diagnostican y tratan a los niños y jóvenes
con estos problemas.
Sin
embargo, aunque la terminología varía considerablemente de una definición a
otra, características comunes a las definiciones más en uso son:
1- Los
trastornos se refieren a conductas extremas, es decir, graves.
2- Dichas
conductas tienen un carácter crónico y persistente.
3- Son
conductas inaceptables desde el punto de vista de las expectativas sociales o
culturales.
Una de las definiciones que ha tenido cierta influencia en
el campo fue la propuesta por Eli Bower (1960), definición que fue adoptada,
con pequeños cambios, por el Departamento de educación de loe Estados Unidos e
incorporada a la normativa sobre
educación especial en ese país. Los trastornos emocionales graves se definían
como:
1- Una
condición caracterizada por uno o más de los siguientes rasgos que afectan
negativamente al rendimiento educativo.
· Incapacidad
para aprender que no puede ser explicada por factores de salud, sensoriales o
intelectuales.
· Incapacidad
para construir o mantener relaciones satisfactorias con los profesores y
compañeros.
· Comportamiento
o sentimientos inapropiados bajo circunstancias normales.
· Sentimiento
general de infelicidad o depresión.
· Tendencia
a desarrollar síntomas físicos o miedos asociados a problemas personales o
escolares.
2- El
término incluye a los niños esquizofrénicos y autistas, pero no a los que
padecen problemas de adaptación social, a no ser que se determine que también
sufren trastornos emocionales graves.
Debido a la poca ayuda que a nivel educativo prestó esta
definición, la Coalición Nacional para la Salud Mental y la Educación, formada
por treinta asociaciones profesionales, propuso una nueva definición. Según
esta organización, los trastornos emocionales y de conducta son:
1- Un
tipo de trastorno que se manifiesta en la escuela a través de respuestas
emocionales y conductuales muy diferentes de aquéllas que se consideran
apropiadas en razón de la edad, la cultura, o las normas étnicas y que afectan
negativamente el rendimiento educativo. Dicho rendimiento incluye las
habilidades académicas, sociales, vocacionales y personales. Además dicha
discapacidad es:
a) Algo
más que una respuesta pasajera a acontecimientos angustiantes del entorno.
b) Se
manifiesta, con características similares, en entornos distintos, al menos uno
de los cuales se relaciona con el colegio.
c) No
responde a la intervención directa en el marco de la educación ordinaria o dicha
intervención no es suficiente.
2- Un
tipo de trastorno que puede coexistir con otras discapacidades.
3- Esta
categoría puede incluir niños o adolescentes con trastornos esquizofrénicos,
afectivos, de ansiedad u otros trastornos permanentes de la conducta o de la
adaptación que afectan negativamente el rendimiento escolar, de acuerdo con lo
expresado en el punto 1.
Se han propuesto otras definiciones de los trastornos
emocionales y conductuales y, aunque cada una es diferente, todas aquellas
concuerdan en que para ser considerada anormal, la conducta ha de apartarse de
forma significativa y crónica de las normas sociales y culturales.
1.2.
Clasificación.
No hay todavía un sistema universalmente aceptado para
clasificar los desórdenes emocionales y conductuales. Los sistemas de
clasificación psiquiátrica DSM-IV han sido ampliamente criticados por sus problemas de fiabilidad y
porque no dan ninguna pista sobre la educación y el tratamiento más adecuado.
Por eso, muchos psicólogos y pedagogos recomiendan atenderse más a la
valoración individual de la conducta del alumno y de los factores situacionales
que a la clasificación diagnóstica tradicional.
Una
alternativa a las clasificaciones psiquiátricas es la clasificación estadística
propuesta por Quay (1986) y Walter y Severson (1990). Estos autores recogieron
una gran cantidad de datos sobre centenares de alumnos con trastornos
emocionales y conductuales y los analizaron estadísticamente. Observaron que
los trastornos tendían a aparecer agrupados. Así, identificaron dos grandes
dimensiones de desórdenes: externos e internos. La conducta externalizada
implica agresión o conducta disruptiva, dirigida hacia otros; la internalizada,
ansiedad, miedo, introversión, u otros indicadores de los sentimientos o
estados internos de los individuos.
Quay
y Petersen (1987) encontraron otras dimensiones más específicas:
1-
Perturbaciones
de la conducta: niños o personas
desobedientes, rebeldes, agresivas, autoritarias y caprichosas.
2-
Ansiedad
– introversión: retraimiento social y
sentimientos de inferioridad, timidez, culpa.
3-
Inmadurez:
caracterizada por originar breves períodos de atención, pasividad extrema,
ensoñaciones diurnas, preferencia por compañeros de juego más jóvenes, torpeza.
4-
Agresión
social: propensión por faltar a clases, pertenencia a
pandillas, robo y sentimiento de orgullo por pertenecer a una subcultura
delictiva.
5-
Conducta
psicótica: (esquizofrenia y autismo).
6-
Hiperactividad:
excesiva actividad motora.
Los niños y jóvenes con desórdenes emocionales o
conductuales pueden mostrar características conductuales en una o más de esas
dimensiones; por tanto, dichas dimensiones no son mutuamente excluyentes.
Además, estos trastornos pueden variar en grado de intensidad o gravedad.
La clasificación de los desórdenes severos llamados
típicamente trastornos profundos del desarrollo presentan problemas
particulares. Son conductas cualitativas y cuantitativas diferentes. Las
personas que los padecen son, a menudo, descritas como inestables, fuera del
contacto con la realidad o retrasadas mentales. Los trastornos del desarrollo
persistentes se caracterizan por las relaciones sociales anormales que incluyen
manierismos, comportamiento inapropiado y pensamiento y lenguaje inusual. Dos
de estos desórdenes son el autismo y la esquizofrenia.
Los niños con autismo,
se caracterizan por la falta de respuesta apropiada hacia otras personas y por
tener problemas graves de comunicación (muchos no tienen un lenguaje útil),
patrones peculiares de habla (por ejemplo, ecolalia o repetición de lo que
oyen) y respuestas bizarras (intereses particulares o fijaciones a objetos). A
menudo, su conductuales repetitiva y estereotipada. Este tipo de trastorno se
diagnostica antes de los 30 meses.
Los niños con esquizofrenia
sufren un trastorno grave del pensamiento. La conducta distorsionada se
caracteriza por la pérdida del contacto con la realidad, los procesos
distorsionados del pensamiento y las percepciones anormales (ilusiones y
alucinaciones). Los individuos con rasgos esquizofrénicos pueden pensar que se
hallan controlados por fuerzas extrañas.
Una
diferencia grande entre la esquizofrenia y el autismo la marca el período de
inicio del trastorno. Al niño con rasgos autistas se le reconoce antes de los 3
años; en cambio, el síndrome esquizofrénico tiene su inicio tras un período
normal de desarrollo durante la primera infancia.
El
autismo y la esquizofrenia se pueden diferencias además por las características
siguientes:
1. Los
niños con esquizofrenia sufren habitualmente alucinaciones e ilusiones,
mientras que los niños con autismo no.
2. Los
niños con esquizofrenia tienden a tener episodios psicóticos intercalados con
períodos de comportamiento normal; en cambio, en los niños con autismo los
síntomas son persistentes.
3. Cerca
del 25% de los niños con autismo sufren ataques epilépticos, en tanto que los
esquizofrénicos sólo raramente.
Para muchos, el autismo no se considera un trastorno
emocional-conductual. Incluyen este problema a los trastorno de la
comunicación, dado que su causa parece estar en una disfunción neurológica o
bioquímica.
1.3.
Prevalencia.
Las estimaciones de los trastornos emocionales y de la
conducta varías menormente como consecuencia de la imprecisión y variedad de
las definiciones. Algunos investigadores estiman que de un 6% a un 10% de la
población infantil se halla afectada por este tipo de trastorno, pero solamente
cerca de un 1% de la población escolar se identifica como tal. A pesar de que
la mayoría de los alumnos identificados exhiben una conducta externa
conflictiva, relativamente pocos reciben un tratamiento adecuado. Comparados
con otros estudiantes con discapacidades, un gran porcentaje de alumnos con
trastornos emocionales o conductuales son atendidos fuera del aula ordinaria y
aunque se tienen a no excluirle del aula ordinaria, estos casos resultan
especialmente problemáticos por la exigencia de trabajo que el estudio y
tratamiento de cada caso individual supone. Las decisiones sobre la modalidad
educativa más conveniente son particularmente problemáticas.
1.4.
Etiología.
Raramente se puede identificar una sola causa de los
trastornos emocionales y conductuales. En la mayoría de los casos sólo es
posible identificar factores desencadenantes que contribuirán o predispondrán
al niño a sufrir un trastorno de este tipo. Las causas más corrientes son de
índole biológica, familiar, escolar y sociocultural.
·
Los
factores biológicos: se incluyen la dotación
genética, el temperamento, la malnutrición, el trauma cerebral y el abuso de
sustancias tóxicas. La mayor parte de estas causas no se comprenden bien y,
casi siempre, resultan necesaria la intervención social y médica.
·
Los
factores familiares: desencadenantes más
frecuentes son la desorganización familiar, el abuso de los padres y la
ausencia de planes de disciplina. Sin embargo, estos problemas familiares no
son siempre, por ellos mismos la causa. El factor familiar parece afectar a
cada miembro de la familia de forma diferente.
·
Factores
escolares: destacan entre estos factores la insensibilidad hacia el
trato del alumno como persona individual, la formación de expectativas poco
apropiadas, la implementación de programas de disciplina inconsistentes o
inapropiados, el refuerzo intencional del mal comportamiento y la exposición a
modelos no deseables de conducta.
·
Factores
culturales: la influencia de los medios de comunicación,
los valores y estándares de la comunidad y de la propia cultura, así como el
grupo de compañeros pueden ser asimismo la causa de tales trastornos.
Determinar qué acontecimiento son los más importantes y
cómo deben ser tratados los problemas comportamentales es algo que divide la
opinión de los profesionales de la educación y de los teóricos de la psicología
(conductista y cognitivista).
2.
IDENTIFICACIÓN
Y EVALUACIÓN.
La mayor parte de los niños y jóvenes con trastornos
emocionales y de conducta, especialmente aquellos con desordenes graves, son
fácilmente reconocibles e identificables. El diagnostico de los trastornos
emocionales es siempre más difícil en niños pequeños porque su conducta cambia
con rapidez. Por otra parte, algunos niños introvertidos pasan sin ser
detectados porque sus problemas no llaman la atención de sus padres y
profesores. Algunos autores han especulado que los métodos sistemáticos de
identificación no se utilizan porque de hacerlo las escuelas detectarían muchos
más casos de los que pueden atender.
Los
procedimientos de identificación son:
1-
Lista
de conducta: cumplimentadas por los profesores, los
padres, los compañeros, e incluso, por los propios niños. Las listas de
conducta más utilizadas para evaluar estos trastornos son:
·
Listado
de Conducta de Achenbach: aplicable a niños en edades
comprendidas entre 6 y 16 años. Hay una versión para padres y otra para
profesores. La versión para el profesor incluye un listado de 112 conductas
(por ejemplo; gritar mucho, no cae bien a sus compañeros) que hay que valorar
con una escala de tres puntos: (nunca, a veces y con frecuencia).
·
Lista
de Problemas Conductuales Revisada de Quay y Petersen:
consiste en 89 ítems que identifican y clasifican los trastornos de la conducta
en seis dimensiones: ansiedad, introversión, inmadurez, agresión social,
conducta psicótica e hiperactividad.
·
Escala
de Detección Sistemática de los Desórdenes Conductuales (Walter y Severson,
1990): son escalas normalizadas que aplican un
proceso de selección de entrada múltiple en tres fases con el objetivo de
disminuir la cantidad de niños que hipotéticamente pueden ser identificados con
trastornos graves de la conducta. En la fase I, los profesores clasifican a los
alumnos según un perfil que tiene dos dimensiones:
a) Problemas
externos: conducta
antisocial, conducta disruptiva en clases, agresión.
b) Problemas
internos: introversión, ansiedad, escasa interacción
con los compañeros.
Los alumnos que superan los criterios normativos de la Fase
I pasan a la Fase II (índice de eventos críticos) y estos a la Fase III que
consiste en la observación de las conductas en el aula y en espacios
recreativos en intervalos temporales distintos. Las Escalas de Detección
Sistemática de los Desórdenes Conductuales están estandarizadas y constituyen
el instrumento más sistemático y mejor desarrollado de los que se dispone en la
actualidad. Se han realizado adaptaciones para su aplicación en preescolares
(Feil y Becker, 1993). Estas escalas no están traducidas al español ni
adaptadas a nuestro contexto.
2-
Tests
proyectivos: estos tests constan de una serie de estímulos
ambiguos (manchas de tinta, preguntas abiertas, etc.) a los que el sujeto ha de
dar una respuesta. Se supone que estas preguntas no tienen respuesta correcta o
incorrecta, sino que éstas revelan las verdaderas características de su
personalidad.
El
test proyectivo más famoso es el Test de Rorschach (Rorschach, 1942; Rorschach
y Zullinger, 1985) que consiste en un juego de 10 láminas con manchas de tinta,
cuyas mitades derecha e izquierda con imágenes especulares entre sí. A la
persona se le pregunta “Dígame qué ve aquí” o ¿Qué podría ser esto para usted?
Con sus respuestas el sujeto inconscientemente refleja sus motivaciones y
conflictos, cuyo conocimiento puede ayudar a comprender la problemática en
cuestión.
Otro
tests proyectivo es el Test de Apercepción Temática (TAT) de Morgan y Murray,
1935. Consta de una serie de ilustraciones que sirven de estímulo para generar
una historia. Ala individuo se le pide que relate una historia de cada
ilustración e imagine quiénes son las personas que figuran en ellas, qué están
haciendo y qué desenlace tendrá.
Tests
proyectivo especialmente creado para niños son el Test de la Pata Negra y el
Test de la Figura Humana. En este último, al niño se le pide que dibujen tres
figuras, un hombre, una mujer y él mismo (Naglieri, mcNeish y Bardos, 1991).
Diversas investigaciones han demostrado que los niños con trastornos
emocionales y de conducta escolarizados en aulas especiales incluyen en sus
dibujos elementos que denotan perturbación emocional (por ejemplo, partes del
cuerpo distorsionadas, bocas con muecas) con frecuencia mayor que los que han
permanecido en programas ordinarios.
Aunque los resultados de los programas de
los tests proyectivos son muy interesantes han demostrado tener muy poco valor
para orientar las intervenciones educativas. Durante la realización del test o
la entrevista, los alumnos no responden del mismo modo que en situaciones
naturales. Además estos procedimientos evalúan de forma indirecta una muestra
extremadamente limitada de conductas del niño. No evalúan la conducta típica
del alumno a lo largo del tiempo, con lo cual las evaluaciones puntuales no son
suficientes para identificar la presencia de trastornos emocionales o de
conducta, ni para planificar la educación o el tratamiento.
3-
Observación
directa y análisis de la conducta: este
procedimiento de evaluación, aunque costoso en tiempo, permite observar el comportamiento
en los entornos cotidianos en que aparecen los problemas. Habitualmente, se
registra la frecuencia, duración, topografía y magnitud de la conducta, con lo
cual la identificación del problema, la intervención y la evaluación y
seguimiento de los efectos del tratamiento pueden hacerse de manera objetiva.
3.
CARACTERISTICAS
PSICOLOGICAS Y COMPORTAMENTALES
Describir
las características de los niños y jóvenes con trastornos emocionales y de
conducta es una labor extraordinariamente difícil dado que los trastornos de
las emociones y de la conducta pueden variar en extremo. Por esta razón, aunque
en este punto se proceda a una descripción genérica del comportamiento de los
alumnos con esos trastornos, a nivel individual su conducta puede diferir
ampliamente en inteligencia, rendimiento académico, circunstancias personales
de vida, e incluso, características emocionales e, incluso, propias.
3.1.
Inteligencia
y rendimiento
La
idea de que los estudiantes con trastornos emocionales y de conducta tienden a
ser inteligentes es un mito. La investigación muestra que el estudiante
promedio con este tipo de trastorno tiene un CI en torno a 90 y que
relativamente pocos puntúan alto o muy alto en los tests de CI. La mayor parte
de estos chicos caen en el rango de los alumnos de aprendizaje lento o de los
retrasados ligeros.
Estas
afirmaciones han sido corroboradas por algunos estudios. Entre ellos llevados a
cabo por Valdes, Wiliamson y Wargner (1990). Estos autores encontraron que las
puntuaciones de CI giran en torno a los 86 puntos y que alrededor de un 50% de
los estudiantes con este tipo de trastorno tienen un CI entre 71 y 90.
En
lo que la mayor parte de los expertos están de acuerdo es, en que son chicos
con problemas de aprendizaje y de rendimiento. De hecho, se ha estimado que
sólo el 30% de los alumnos con trastornos de conducta muestran un rendimiento
académico satisfactorio en relación al nivel que cursan. (Knitzer, Sternberg y
Fleisch).
Recientes
investigaciones de carácter longitudinal, han encontrado que:
§ Sólo
dos tercios suelen aprobar los exámenes de fin de curso.
§ Como
grupo, estos chicos muestran los resultados académicos más bajos de todos los
grupos con discapacidad.
§ El
44% suspenden una o más asignaturas durante el curso escolar.
§ Muestran
una tasa de absentismo escolar superior a cualquier otra categoría
diagnosticada.
§ Más
del 50% no encuentra empleo después de varios años de haber dejado el colegio.
§ El
48% abandona los estudios.
3.2.
Características
sociales y emocionales.
Las
habilidades sociales y la conducta emocional que despliegan los estudiantes con
estos trastornos van a ser diferentes si nos atenemos a las dos grandes
dimensiones del trastorno; desórdenes conductuales (externos) y desórdenes
emocionales (internos).
a.
Desórdenes
conductuales (externos)
Las manifestaciones más habituales en los
alumnos que padecen estos trastornos son:
·
Dificultad para desarrollar y
mantener relaciones interpersonales.
·
Conducta antisocial. Suelen
exhibir conductas en clase como las siguientes:
o No
estar en su mesa, correr por el aula.
o Molestar
a los compañeros, pegarles o reñir con los compañeros.
o No
hacer caso a los profesores.
o Quejarse
excesivamente.
o Apropiarse
de cosas que no son suyas.
o Destruir
lo ajeno.
o Desafiar
verbalmente, distorsionar la verdad, coger berrinches y no hacer los deberes.
La conducta antisocial suele desencadenarse con
poca o ninguna provocación y la agresión pueden adoptar formas diversas como
insultos, conductas disruptivas, vandalismo, etc.
Los
niños y jóvenes cuya conducta es consistentemente antisocial tienen menos
oportunidades de aprender, de ajustarse socialmente y de lograr una salud
mental que aquellos otros que son tímidos, ansiosos o neuróticos (trastornos
emocionales).
La
agresión, típica en estos chicos, ha sido analizada desde diversos puntos de
vista. Las teorías que han obtenido un mayor apoyo de la investigación son las
teorías del aprendizaje social (Bandura) y las procedentes de la psicología
conductual (Pettersen, Reid y Dishion). Estas teorías consideran la agresión
como una conducta aprendida en la que es posible identificar las condiciones
que las provocan o la mantienen. Los niños aprenden muchas de su conducta
agresiva observando a sus padres, semejantes, compañeros, personajes en el cine
o la Tv. Tales modelos se imitan con
mayor probabilidad si gozan de un alto status social, consiguen ventajas y
escapan del castigo. Por tanto, los niños pueden mantener este tipo de conducta
si se encuentran en situación de aprenderla y, además, es tolerada y estimulada
por los demás.
Enseñar
a los niños y jóvenes a ser menos agresivos no es una cuestión simple. En
primer lugar, habrá que examinar la interacción entre el niño-joven y el
comportamiento de otras personas de su entorno.
Las
técnicas más exitosas para la intervención incluyen:
§ Proporcionarles
ejemplos (modelos adecuados).
§ Ayudarles
a implantar conductas no agresivas, fundamentalmente, a través del refuerzo de
su conducta no agresiva.
§ Evitar
la obtención de consecuencias positivas por la agresión.
§ Castigar
la agresión empleando fórmulas que impliquen poca contra-agresión (por ejemplo,
tiempo fuera, aislamiento social, etc.).
b.
Desordenes
emocionales (internos)
Aunque los niños y jóvenes de conducta inmadura y retraída
no representan una amenaza para los demás, las características de su
personalidad les acarrean serios problemas en su desarrollo:
§ Raramente
juegan con los otros.
§ Carecen
de las habilidades sociales necesarias para entablar relaciones y divertirse.
§ Algunos
sufren temores sin motivo, suelen quejarse de estar enfermos, o sufren
depresión sin motivo aparente.
§ Otros
regresan a etapas previas del desarrollo.
Estos
patrones de conducta limitan sus oportunidades de participar y aprender en
clases. Los alumnos con trastornos emocionales suelen ser menos problemáticos
que los que manifiestan trastornos visiblemente externos, razón por la que
corren riesgo de no ser identificados. Si tienen la suerte de contar con
profesionales competentes, su pronóstico es bastante bueno.
Como
en el caso de la conducta agresiva, la conducta inmadura y retraída puede
interpretarse de diferentes formas. Los teóricos de orientación psicoanalítica
atribuyen a conflictos internos y motivaciones inconscientes las causas de
tales problemas. Los psicólogos conductistas interpretan estos problemas en
términos de fracaso en el aprendizaje social (Kauffman). Desde esta última
perspectiva, la conducta retraída e inmadura se debe a la exposición a un
ambiente inadecuado o poco favorable.
Un
aspecto importante de la conducta inmadura es la depresión. Éste es un problema
cada vez más extendido.
Sus
indicadores son:
§ Sentimientos
o estados de ánimo apáticos.
§ Incapacidad
para pensar o concentrarse.
§ Falta
de motivación.
§ Baja
autoestima, tristeza, apatía, culpa, pesimismo.
La
depresión puede ir acompañada de enuresis, encopresis, miedo extremo o rechazo
a ir a la escuela, fracaso escolar, intentos de suicidio. Si la depresión tiene
una causa biológica, los medicamentos resultan adecuados para vencer el
problema. Cuando ese no es el caso, las intervenciones basadas en la teoría del
aprendizaje social (enseñanza de interacciones sociales, empleo de técnicas de
autocontrol y autoestima) han dado resultados satisfactorios.
3.3.
Características
de los trastornos graves: traumatismo cerebral y psicosis.
Aunque
para algunos el traumatismo cerebral y la psicosis no caen actualmente bajo la
denominación de los trastornos emocionales, lo cierto es que tales condiciones
van acompañadas habitualmente de problemas conductuales y emocionales serios.
El
traumatismo craneal puede causar agresión violenta, hiperactividad,
impulsividad, inatención y otros desordenes, dependiendo de las partes del
cerebro dañadas. Sus posibles efectos son:
§ Despliegue
de formas inapropiadas de conducta.
§ Fracaso
en comprender el humor o entender determinadas situaciones sociales.
§ Sentirse
excesivamente cansado, frustrado o angustiado.
§ Sentirse
excesivamente irritable.
§ Tener
cambios súbitos y exagerados de humor.
§ Depresión.
§ Perseverancia
(repetición persistente de un pensamiento o conducta).
Estos
efectos dependen de la edad en que la persona sufrió el daño cerebral y del
ambiente social en que vivía antes y después del trauma. El cambio de dichos
comportamientos se puede hacer mediante modificaciones ambientales, terapia
familiar, medicación y entrenamiento en comunicación.
En
cuanto a la psicosis (autismo y esquizofrenia), las conductas más típicas son
las siguientes:
§ Relaciones
ausentes o distorsionadas con las personas (incapacidad para relacionarse y expresar
afecto).
§ Peculiar
forma de comunicación (ausencia de lenguaje verbal o lenguaje no funcional,
ecolalia, mal uso de pronombres, neologismos).
§ Auto
estimulación: conducta repetitiva y estereotipada que parece no tener ningún
propósito.
§ Auto
lesión, golpearse.
§ Anomalías
perceptuales a estímulos inusuales.
§ Déficits
cognitivos aparentes. Incapacidad para responder adecuadamente a tests de
rendimiento o inteligencia.
§ Agresión
hacia otros.
§ Falta
de habilidades para la vida diaria: incapacidad para tener cuidado de sí mismo,
vestirse, alimentarse o asearse.
4.
ENFOQUE
PARA LA INTERVENCIÓN
Como
consecuencia de sus problemas, los estudiantes con trastornos emocionales y
conductuales obtienen bajas calificaciones. Excepto en casos extremos
(trastornos severos y profundos en el desarrollo), estos alumnos reciben su
formación en aulas ordinarias. Existen aulas específicas en algunos centros
ordinarios para educar a los alumnos con rasgos autistas y/o psicóticos. Si el
problema emocional o de la conducta tiene un carácter marcado, lo más probable
es que, aunque el problema principal no sea el rendimiento, el alumno asista a
tiempo parcial a un aula de apoyo. Ignorar el problema conductual o emocional y
sus posibles consecuencias conduce a retrasarlos más. Por lo tanto, estos
alumnos necesitan un tratamiento adecuado a sus problemas, de lo contrario su
desarrollo personal se resiente.
Existen
enfoques diversos; Psicoanalítico, psicoeducativo,
humanista, ecológico y conductual, para abordar la intervención. En realidad,
pocos profesionales utilizan un enfoque único a la hora de intervenir, sino que
más bien adoptan una combinación de varios. Dos de los enfoques más usuales en
la práctica son el modelo psicoeducativo y el conductual.
4.1.
Modelo
psicoeducativo.
Este
modelo pone el énfasis en las motivaciones inconscientes que subyacen a los
conflictos (enfoque psicoanalítico), pero también acentúa la importancia de las
demandas ambientales generadas en el contexto (institución escolar, familia,
comunidad) en que se desenvuelve el alumno (Kauffman). Una intervención eficaz
en el contexto escolar exige que los profesores comprendan las motivaciones
inconscientes para poder hacer frente con aplomo a los fracasos académicos y al
mal comportamiento de los estudiantes. Su rol no se espera sea el de un
psicoterapeuta, sino el de un psicopedagogo que ha de ayudar a los chicos con
problemas a adquirir auto control a través de la reflexión. La intervención
puede incluir discusiones y charlas terapéuticas (a través de entrevistas) que
permitan al alumno comprender y planificar racionalmente su conducta. Estas
discusiones y charlas son útiles para:
§ Hacerle
comprender que lo que hace (su comportamiento) representa un problema para los
demás.
§ Reconocer
sus motivaciones.
§ Observar
las consecuencias de sus acciones.
§ Planificar
conductas alternativas que respondan a circunstancias similares.
El
objetivo es que el alumno gane en comprensión, no cambiar su conducta sin más,
lo cual redundará en un cambio conductual.
El
siguiente caso, tomado de James y Long (1992), ilustra la aplicación del modelo
psicoterapéutico a la resolución de una conducta problemática en clases.
Andy, un chico de 13 años de
edad, fue derivado a los servicios de educación especial debido a su conducta
de oposición y, a veces, amenazas verbales a sus compañeros. Además de
desobedecer a los adultos de otras formas, frecuentemente se salía de clases
sin permiso y deambulaba por los pasillos. Parecía divertirse enfadando a sus
profesores y tratando mal a sus compañeros, especialmente a un compañero
sordo, Drew, que también adolecía de habilidades sociales apropiadas.
Una mañana, Drew llegó a la
escuela muy agitado, lo cual hizo que la profesora pasara mucho tiempo
calmándole. Andy persistentemente empezó a molestar a Drew, lo cual agravó la
situación. La profesora le ordeno a Andy que dejara de molestar y se mantuviera
quieto en su sitio. Andy respondió diciendo que Drew le había insultado y que
Drew era quien tenía que permanecer en su sitio. La profesora repitió la
orden. Andy, entonces, arrojo el pupitre al suelo y salió del aula sin
permiso. En el pasillo, Andy empezó a molestar a otros estudiantes; entonces
la profesora mandó a Andy a una sala aparte. A solas con él en el aula, la
profesora habló con Andy acerca del acontecimiento ocurrido, dándole consejos
para ayudar a reflexionar acerca de sus acciones y de las razones de su
comportamiento.
|
A
través de la entrevista, la profesora hizo ver a Andy que estaba celoso y
resentido con Drew. Andy vivía con su madre y una hermana mayor que, al padecer
de una discapacidad, demanda prácticamente toda la atención de la madre. Su
padre había abandonado el hogar cuando él tenía 8 años, a pesar de los
problemas de salud de su madre. Ello significa que Andy tuvo que tomar ciertas
responsabilidades de adulto a una edad todavía temprana.
Los
objetivos de la profesora fueron hacer comprender a Andy que ella estaba
preocupada por él y que quería ayudarle a superar su mal comportamiento. Consiguió,
con mucho tacto, demostrarle que había semejanza entre su situación en casa y
en la escuela.
La
técnica utilizada por la profesora de Andy se denomina “entrevista de
emergencia” (James y Long, 1992), técnica de discusión que se orienta a
desvelar los motivos y razones del comportamiento en una situación dada. En el
caso de Andy, la entrevista se dirigió a hacer entender al chico:
1- Que
en su casa estaba atravesando una situación estresante.
2- Que
sus experiencias le hacían acumular intensos sentimientos de angustia.
3- Que
esos sentimientos no los podía expresar a la persona que abuso en casa.
4- Que
habitualmente era capaz de contener sus sentimientos hasta que subía en el
autobús, entraba en la escuela o respondía a una provocación.
La
entrevista sobre acontecimientos de la vida se basa en el contexto
psicoanalítico de los mecanismos de defensa, tácticas que muchos emplean para
evitar problemas o acontecimientos molestos o no deseables. La entrevista sobre
acontecimientos de la vida termina con la vuelta a la realidad de la situación.
En el caso de Andy, la profesora terminó la sesión de la siguiente forma:
Profesora:
¿qué piensas que puede hacer Drew cuando te vea entrar en clases?
Andy:
probablemente se reirá de mí.
Profesora:
si eso ocurre, ¿Cómo responderás? ¿Cuál será tu actitud?
Andy:
puedo ignorarlo.
Profesora:
eso no es fácil. Será necesario hacerte más fuerte emocionalmente para poder
controlar tu tendencia a tomarle el pelo. Y si ahora Drew se vuelve contra ti
haciéndote lo mismo, ¿quién crees que es el que se mete en problemas?
Andy:
Drew.
Profesora:
cierto. Empieza ahora a pensar más claramente acerca de tus acciones.
Prepararemos un contrato de conducta. Si eres capaz de ignorar las tomaduras
de pelo de Drew, ganaras mi reconocimiento positivo hacia ti.
|
4.2.
Modelo
conductual.
Dos
supuestos están en la base de este modelo:
1- La
esencia del problema es la conducta en sí misma.
2- La
conducta está en función de los eventos ambientales.
La
conducta desajustada es vista en este modelo como una respuesta aprendida de
manera inapropiada ante particulares demandas o circunstancias. Por
consiguiente, la intervención tendrá como objetivo controlar los antecedentes y
consecuencias para enseñar una conducta más adaptada.
Concretamente,
la intervención consistirá en:
§ Elegir
la conducta problema.
§ Medir
sus niveles actuales de frecuencia, duración, intensidad y control de
estímulos.
§ Analizar
los eventos ambientales que controlar la conducta y cambiar los antecedentes o
consecuencias hasta que se observen cambios en la conducta problema.
El
siguiente caso ilustra cómo el modelo conductual resultó de utilidad para
incrementar la respuesta de un alumno en clases de inglés. (Dunlap, 1994)
Steve, un alumno de 11 años
que asistía a un aula específica de educación especial, mostraba poca
atención para realizar las actividades en clases. Su lenguaje era inapropiado
y agresivo y, a menudo, empleaba la agresión física. Un observador registró
su comportamiento en intervalos cortos de 15” durante 15-30 minutos de la
clase de inglés todos los días. Tales observaciones revelaron que Steve
estaba ocupado en tareas académicas
menos del 60% del tiempo y que su conducta fue disruptiva el 40% restante.
Los profesores de Steve
creían que los estudiantes que exhibían una conducta inadaptada se
comportaban de este modo por alguna razón. Pensaron que, en este caso, el
motivo podía estar en las demandas de rendimiento; es decir, en las
características y exigencias de la tarea (antecedentes). Y decidieron cambiar
tales demandas. La estrategia empleada para modificar su comportamiento fue
darle la oportunidad de elegir las tareas a realizar en la clase de inglés.
Las tareas, aunque con un formato diferente, todas conducían a un mismo
objetivo. Bajo estas condiciones Steve se involucró en la actividad académica
cerca del 95% del tiempo y su conducta disruptiva descendió a un promedio de
menos del 10%.
|
En
este caso, dando la oportunidad de elegir las actividades, se mejoró la
atención, a la vez que se redujo la conducta disruptiva. Por tanto, resulta
importante considerar que las estrategias de control conductual son una parte
esencial de los programas educativos y que sin este tipo de control es poco
probable observar cambios en el aprendizaje social y académico.
5.
EL
ALUMNO CON TRASTORNOS EMOCIONALES Y DE CONDUCTA EN EL AULA.
En
una situación habitual de clases, el tratamiento de los problemas conductuales
pasa por ayudar al estudiante a desplegar conductas apropiadas, hacer decrecer las
inapropiadas y aprender conductas que todavía no tiene adquiridas o no
controla. En cualquier caso, dos preceptos deben guiar las intervenciones:
1- La
regla de la parsimonia (hacer lo más simple o lo más fácil primero).
2- Regla
de la evidencia (emplear aquellas estrategias y procedimientos que tengan mejor
soporte empírico).
5.1.
Estrategias
para incrementar comportamientos escolares apropiados.
Entre
las estrategias empleadas para aumentar la ocurrencia de la conducta deseada
figuran; el refuerzo, el contrato, el modelado y la enseñanza de habilidades
sociales.
a)
Refuerzo
positivo.
Esta
técnica, denominada también recompensa, se administra cada vez que el alumno
exhibe una conducta deseada. El refuerzo puede adoptar formas diversas.
§ Refuerzo social:
dado que es el menos restrictivo, los profesores suelen adoptar este tipo de
refuerzo antes que otros. Ejemplos de refuerzos sociales son expresiones como
éstas: ¡buen trabajo!, “Toni, me gusta la forma en que trabajas”, sonrisas y
palmaditas en la espalda. Sin embargo, no a todos los alumnos les gustan los
mismos reforzadores; por esa razón, el profesor ha de encontrar el refuerzo
apropiado para cada alumno o grupo.
§ Actividad reforzada:
también se le llama “ley de mamá” porque se basa en la misma idea que empuja a
la madre a decir: “si te come las verduras, tomaras el postre”. En la actividad
reforzada, se trata de administrar un refuerzo contingentemente a la conducta
que se quiere incrementar. Por ejemplo, actuar como líder, disponer de tiempo
libre, escuchar música, etc. Se tratará de un refuerzo elegido de acuerdo con
el principio de Premack (conducta de alta frecuencia contingentes a la conducta
problema)
§ Economía de fichas:
los alumnos reciben unas tarjetas con puntos por su conducta apropiada. Cuando
tienen una cierta cantidad de puntos acumulados, pueden cambiarlos por un
reforzador de actividad.
Para
hacer los reforzadores efectivos hay que seguir ciertas reglas:
§ Administrarlos de inmediato:
cuanto más espera el profesor a emitir el refuerzo, menos efectivo es éste.
§ Frecuencia:
esta regla cobra todo su valor cuando el alumno está aprendiendo una nueva
conducta o habilidad.
§ Entusiasmo:
el profesor ha de comprometerse de manera que el estudiante vea que ha hecho
algo importante.
§ Contacto ocular:
a través de él se demuestra que el alumno es especial.
§ Describir claramente la
conducta que se va a reforzar.
§ Anticipar el premio o la
recompensa: esto motiva a los estudiantes.
§ Variar los reforzadores:
los reforzadores necesitan cambiarse a menudo para mantener su valor.
Una
vez que los estudiantes han adquirido la conducta deseable, entonces se puede
empezar a disminuir la frecuencia del refuerzo.
b)
Contrato.
El
contrato sistematiza el uso del refuerzo. Consiste en un acuerdo escrito entre
el adulto y el estudiante a través del que se especifica qué refuerzos y
consecuencias serán contingentes con la emisión de una conducta específica. El
contrato ha de ser negociado por los participantes y ha de hacer constar:
§ La
conducta a adquirir.
§ Las
condiciones bajo las que se desarrollará dicha conducta.
§ El
criterio para que se considere adecuada la conducta.
§ El
refuerzo.
§ Las
consecuencias por fracasar en la conducta.
§ La
firma de los participantes.
c)
Modelado.
Consiste
en imitar comportamientos de otras personas. Para que el modelado sea efectivo,
los profesores tienen que estar seguros de que los alumnos ven y entienden
exactamente aquello que tienen que imitar. Los alumnos imitan más fácilmente la
conducta de modelos que son similares a ellos en algún sentido y que han sido
reforzados. El refuerzo y el modelado suelen emplearse juntos en la práctica.
d)
Enseñanza
de habilidades sociales.
Aunque
las habilidades sociales son difíciles de definir, las estrategias empleadas
para enseñarlas se dirigen a:
1- Mejorar
la percepción de los estudiantes y comprender las interacciones sociales.
2- Modelar
su habilidad para aprender.
3- Poner
las habilidades en práctica mediante aproximaciones sucesivas y prácticas
guiadas.
En
general, los resultados de la investigación de los programas de entrenamiento
ofrecen evidencia limitada sobre su eficacia, probablemente debido a que el
período de entrenamiento es breve y altamente específico. Mastropieri y
Scruggs, (1994) sugieren que para que el entrenamiento sea efectivo, éste ha de
ser sistemático, prolongado, basado en un curriculum de habilidades sociales y
combinado con una enseñanza de calidad que contribuya a reducir el fracaso
académico asociado a la baja autoestima, el rechazo de los compañeros y las
escasas habilidades sociales.
5.2.
Estrategias
para reducir comportamientos escolares inapropiados.
Los
profesores generalmente utilizan el refuerzo diferencial de conductas
incompatibles con aquellas que el profesor quiere reducir o eliminar. Es
castigo, al igual que el coste de respuesta (eliminar un privilegio o un
refuerzo), también se emplea para reducir determinados comportamientos. Cuando
el profesor no tenga otra alternativa y lo aplique debe hacer lo siguiente.
1- Combinarlo
con el refuerzo positivo de conductas alternativas.
2- Manejar
los procedimientos de castigo cuidadosamente, consistentemente e
inmediatamente.
3- Emplear
el castigo solamente cuando los procedimientos positivos hayan resultado
insatisfechos.
La
reprimenda es una forma usual de castigo, cuando se emplee hay que procurar
usarla en privado.
5.3.
Prevención
de conductas escolares inapropiadas.
Los
adultos pueden ayudar a prevenir conductas inapropiadas, en la escuela y en el
contexto familiar, en la medida en que utilicen procedimientos como los
siguientes:
1- Establecer
reglas y rutinas positivas, concretas y funcionales.
2- Seleccionar
muy bien para anticipar potenciales problemas de aplicación en casa o en el
aula.
3- Dejarlas
visibles, en el caso de la escuela, desde comienzo del curso.
4- Demostrar
y modelar las reglas y rutinas.
5- Asociarlas
con señales simples que informen al alumno cuándo debe continuar o parar de
hacer algo.
6- Guiar
y controlar a los estudiantes en el seguimiento de las reglas reforzando las
conductas apropiadas.
Estas estrategias
reducirán muchas veces el uso del castigo que siempre es menos deseable que el
empleo de estrategias positivas.
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